sábado, 19 de octubre de 2013

CRÍTICA DE: "PRISIONEROS" (Denis Villeneuve, 2013)


Los renglones torcidos de Dios
PRISIONEROS  ★★★★
DIRECTOR: DENIS VILLENEUVE.
INTÉRPRETES: JAKE GYLLENHAAL, HUGH JACKMAN, PAUL DANO, TERRENCE HOWARD, MARÍA BELLO, VIOLA DAVIS, MELISSA LEO.
GÉNERO: THRILLER / EE. UU. / 2013  DURACIÓN: 146 MINUTOS.   
  
   
    El director canadiense Denis Villeneuve (Gentilly, 1967) no es un desconocido en esto del cine, debutó en 1996 con Cosmos, película episódica sobre un grupo de personas que condimentan sus vidas con pinceladas filosóficas. Yo le descubrí con Maelström (2000), interesante drama sobre una mujer que atropella con su coche a un hombre y al fugarse entra en una etapa de caos y depresión. Recuerdo también su magnífico corto titulado Next Floor (2008), original y tremebunda fábula sobre la sociedad clasista. Fue con Polytechnique (2009) que supe advertir que me encontraba ante un cineasta muy bien dotado, un film que narraba cómo la vida de unos estudiantes da un vuelco cuando en 1989 un hombre entra en la Escuela Politécnica de Montreal con la idea de llevar a cabo una carnicería. La confirmación absoluta llegó con Incendies (2010), un thriller demoledor que debería haber ganado el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa y que estaba basada en la obra teatral de Wajdi Mouawad.


      Prisioneros, que es para este cronista la mejor película de Villeneuve hasta la fecha, nos narra una de las peores pesadillas que pueden vivir unos padres: Keller Dover (Hugh Jackman) y su esposa Grace (María Bello) se disponen a celebrar en la casa de sus amigos y vecinos Franklin y Nancy Birch (Terrence Howard y Viola Davis) el Día de Acción de Gracias. Les espera una opípara cena acompañados de sus hijos. En un momento dado, las pequeñas hijas de Keller y Franklin piden permiso a sus padres para ir un momento a la casa familiar de los Dover con la intención de buscar un juguete, estos aceptan con la condición de que les acompañe el hijo mayor de Keller, Dylan (Ralph Dover). Pasado un tiempo, caen en la cuenta de que las niñas han desaparecido y Dylan no las acompañó.

  
 La búsqueda por el barrio no arroja ningún resultado, por lo que deciden poner el hecho en conocimiento de la policía y el caso le es asignado al joven detective Loki (Jake Gyllenhaal), un tipo solitario del que no sabemos nada y que centra sus pesquisas en la localización de una furgoneta que estaba aparcada en el barrio cuando las niñas desaparecieron. Cuando finalmente es encontrada la furgoneta, su conductor, un joven retrasado llamado Alex Jones (Paul Dano), intenta huir, pero es detenido e interrogado en la comisaría. Tras el interrogatorio y ante la falta total de pruebas, queda claro que no ha sido él y sale en libertad. Sin embargo, Keller, totalmente fuera de control, está convencido de que miente y que conoce el paradero de las niñas. Decide entonces encargarse del asunto personalmente, aunque sus métodos de interrogatorio serán menos ortodoxos que los de la policía.


        Prisioneros es un potentísimo thriller que te engancha desde los primeros planos por varias razones a cual más atractiva: un reparto sólido e infalible en el que cabe destacar a un Jake Gyllenhaal estelar en el papel de un sagaz detective (con tic incluido) que ha resuelto todos sus casos pero al que vemos comer solo un día tan  señalado como el Día de Acción de Gracias en un restaurante vacío de mala muerte. Un Hugh Jackman aprovechando todos los registros dramáticos que le brinda una situación tensa y desesperada, y un Paul Dano (me encanta este actor) dando oxígeno a un pobre diablo con las facultades mentales disminuidas y que es capaz de soportar la presión y la tortura como si de un sacrificio se tratara; los escenarios y la ambientación decididamente atmosférica y malsana dentro de una comunidad en la que, aparentemente, lo más peligroso que puede pasar es que un ciervo se te cruce en la carretera; el impecable guión de Aaron Guzikowski, que plantea con inteligencia los conflictos ético-morales y nos descubre el depredador que todos llevamos dentro; y, por último, el pulso certero de un realizador que se confirma como un gran director de actores.


        Prisioneros es thriller denso, complejo y envolvente que comienza con una inquietante escena de cacería en la que oímos a Keller rezar un padrenuestro mientras su hijo mayor tiene en el punto de mira a un hermoso ciervo. El mantra cristiano se nos antoja fundamental en la tenebrosa deriva de Keller de ángel a demonio, un pulso a un Dios que le guiará por sus más tortuosos renglones torcidos.


        En el film podemos encontrar influencias de otras grandes películas del género: El silencio de los corderos, Se7en, Mystic River, Zodiac, referencias que se citan más por su oscura atmósfera que por el sentido estricto de su estructura y narrativa. El director de fotografía, Roger Deackins, modula con talento la luz en los momentos más perturbadores y siniestros (la sórdida y fétida ambientación de ese sótano en donde se encuentra una de las claves del laberinto y que al detective le pasa inicialmente desapercibida). Unos laberintos que actúan como metáfora sobre las vías cismáticas (el profesionalismo y paciencia del detective y la ansiedad e inabarcable dolor del padre) que los dos protagonistas emprenden para resolver un caso que no es sino una representación más de las psicopatías que anidan en los tenebrosos senderos de este valle de lágrimas, caracteres antagónicos porque, pensará el padre, donde sólo hay rutina no hay sitio ya para la emoción.


      Dijiste que a tu lado no nos pasaría nada, que siempre nos protegerías”, le dice abatida y sollozando el personaje de María Bello a su marido interpretado por Hugh Jackman. Pero sí pasa, y todavía nos cuesta creer que el hombre es un lobo para el hombre, un brutal axioma sobre el que actúa como un opiáceo la venganza.



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