martes, 7 de febrero de 2012


HOMENAJE A BERLANGA: INFINITAS GRACIAS, VIEJO VERDE.
     
     Con la muerte el pasado día 13 de Luis García Berlanga se va uno de los más grandes monstruos sagrados del cine español, genio universal por su inteligencia y sentido del humor. Nacido en Valencia en 1921, poeta, pintor y crítico de cine, se inició dos años después de graduarse en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas codirigiendo junto a Juan Antonio Bardem la comedia Esa pareja feliz (1951), y sólo un año después firma su primera obra maestra, ¡Bienvenido Mr. Marshall!, película sobre nuestra posguerra que representa una ácida crítica al plan de ayuda norteamericano. Su cine, deudor del neorrealismo italiano, está marcado, no obstante, por un genuino acento sarcástico español, que irá aumentando con el paso del tiempo. Calabuch (1956) y Los Jueves milagro (1957) cierran una etapa que dará paso a otra que va a quedar determinada por su colaboración con el guionista Rafael Azcona, la influencia de este original guionista –el mejor, sin duda, de la historia del cine patrio- dotará a los próximos films de Berlanga de un sentido del humor más negro y su crítica político-social se hará si cabe más amarga: Plácido (1961) película magistral de tono costumbrista y rebosante de veneno crítico, El Verdugo (1961) y La Boutique (1967), son buenos ejemplos de ello. En 1973 rueda la coproducción francesa Tamaño Natural, fallida cinta que tiene como protagonista al actor francés Michel Piccoli. Con la llegada de la democracia compone la corrosiva trilogía Nacional compuesta por La escopeta nacional (1977), Patrimonio nacional (1980) y Nacional III (1982), que narran las desventuras de una familia burguesa española desde la transición hasta la llegada del socialismo al poder. Sus últimas obras: La Vaquilla (1985), Moros y cristianos (1987), Todos a la cárcel (1993) y París-Tombuctú (1999), película protagonizada por Concha Velasco que cierra su carrera cinematográfica, sin dejar de ser interesantes están muy alejadas del nivel alcanzado con sus primeras obras.

       Hasta siempre Mr. Berlanga, nadie como tú para arrancar una sonrisa de las situaciones más sórdidas con esa mezcla de sarcasmo, ternura y crueldad (ya lo decía mamá: “comer no comeremos, pero lo que reímos”). Así, hace tiempo que acepté utilizar el adjetivo “berlanguiano” para definir las historias más absurdas que nacidas de la miseria moral y material que derivan en la carcajada sangrienta. Puede, amigo, que contra Franco no viviéramos mejor, pero lo seguro es que contra Franco hacíamos mejor cine. 

NOTAS SOBRE “EL VERDUGO”  (Luis García Berlanga, 1963)
          
El Verdugo nos presenta la historia de José Luis (Nino Manfredi), empleado de una funeraria que sueña con irse a Alemania para trabajar de mecánico. Mantiene una relación sentimental con Carmen (Emma Penella), hija de Don Amadeo (José Isbert) de profesión: verdugo. José Luis se ve forzado a casarse con Carmen y tener un hijo, algo que no deseaba, y lo que es peor, a heredar el oficio de su suegro, pues de esta manera puede acceder a un piso de protección oficial.
     
     En clave de comedia negra, esta magistral pieza del disparate consigue dos objetivos primordiales: en primer lugar convertir en proscrito a su autor situándole en el punto de mira del régimen imperante, cuyo entonces embajador en Italia, Alfredo Sánchez Bella, hace lo posible por evitar su estreno en el Festival de Venecia, claro está, sin conseguirlo. También, tras su exhibición, que se produjo con la cinta bastante mutilada, se adjudica a Franco la siguiente frase: “Berlanga no es un comunista, es algo peor, es un mal español”; en segundo lugar, El Verdugo se presenta como uno de los más terribles manifiestos contra la pena de muerte, donde la mirada cáustica y flamígera de sus creadores más que atenuar acentúa el tono de denuncia, logrando que muchas escenas de un tono agridulce se puedan ver como un retrato peripatético y oscurantista de la época.

      En España, coincidiendo con su estreno en Venecia, eran los días en que se iba a ejecutar al comunista Julián Grimau, la película estuvo sólo dos semanas en cartelera, el exhibidor, ante las presiones que venía sufriendo, decidió, en último término, retirarla. Rodada con largos planos-secuencia, desarrolla los asuntos que al director más le interesan: hombres encerrados entre horizontes muy estrechos de los que son incapaces de salir, el reflejo del miedo y la ignorancia humana que lleva al individuo a no rebelarse, el retrato –siempre con un matiz satírico- de la realidad que rodea a éste y las vanas ilusiones por las que suspira. Con un libreto en el que además del director y de Azcona también interviene el escritor italiano Ennio Flaianno, una fenomenal interpretación del inconmensurable Pepe Isbert y una estupenda fotografía de Tonino Delli Colli, el film contiene secuencias geniales que son un canto a la imaginación y un modelo de estructura narrativa: como aquella que, preparados para la ejecución del reo, se ve al condenado agarrado por varias personas que le conducen al patíbulo, y otro grupo más numeroso al anterior arrastrando al abatido verdugo. Obra maestra de la cinematografía mundial. 

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